Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quien doblan las campanas; doblan por tí.
Estos hermosos fragmentos del conjunto de devociones para ocasiones emergentes que, nos describen en forma sublime la solidaridad entre las personas, fueron escritos por un gran orador sagrado hace varios siglos y hemos acudido a ellos a manera de inspiración, para despedir a un hombre que asumió la amistad y el servicio a sus semejantes como una excelsa obligación.
Con la partida de Ramón Alberto Font Bernard, todos los que aquí nos encontramos sentimos que perdemos algo de nosotros. Con él parecemos perder una parte de nuestras raíces; un cronista detalloso de la vieja Santo Domingo, aquella ciudad recogida y señorial que lo vio nacer y crecer; bien distinta a la otra que lo ha visto envejecer y morir honorablemente.
El fue una estampa de la hidalguía del pasado. Su conducta de vida mostraba una hombría de bien aureolada por la sencillez llena de dignidad, como en los grandes espíritus, identificada por el bien ser y una alta expresión de la condición humana.
Hablar de este hombre que nos deja, o escuchar de sus múltiples recuerdos, era como penetrar en un mundo lleno de colorido, salpicado por la gracia anecdótica debido a su condición de exquisito narrador. Evocaba sus memoranzas en recorridos fascinantes por las viejas casonas, los vetustos templos y los muros con una pátina humedecida por la historia y la leyenda. Cuánto le agradaba hacer el papel de cronista del ayer; de resaltar el señorío de las gentes de entonces, algo que él, de forma tan ejemplar representó. Cómo disfrutaba recrear su pasado en charlas abrillantadas por la chispa ingeniosa que brotaba de su conversación sapiente que emanaba de su caudal de experiencias y cultura.
A partir de ahora, Font Bernard volverá a encontrarse con aquellos hombres que nunca dejó de admirar, que, al irse de la vida lo dejaron disminuido, tal como nos sucede a quienes tanto nos afecta ahora su partida porque, perdemos la calidez de su trato y el noble sentido de lo humano que siempre demostró este hombre, quien fue ejemplo de convivencia y buena voluntad.
Anda pues, hacia la eternidad; acompaña aquellos fantasmas que tanto admirasteis. Camina junto a ellos por vuestra venerable calle El Conde, como lo hiciste en el estadio juvenil de tu existencia. Dile a esas gloriosas sombras que, por tí, muchos jóvenes hoy día los conocen mejor porque siempre los tuvisteis muy presentes en tus recuerdos y les contabas muchas de sus chispeantes anécdotas y cotidianidades.
Pero, este amigo entrañable, no representó nada más el papel de exponente sabio y ameno de nuestro pretérito. Sus frecuentes intervenciones en la televisión eran cátedras de saber y agudeza; de cultura y erudición, como también lo fue el faro cuya luz encendía con claros destellos en su esperada columna sabatina del periódico Hoy. Esos espacios de comunicación que ofrecía al país, como aporte instructivo para el gran público, fueron enjundiosos ensayos de sociología, historia y política que Font Bernard presentaba como muestra de la diversidad de saberes que llegó a acumular en su largo quehacer intelectual, formado en una de las bibliotecas mejor dotadas del país; la suya propia y, en sus tratos y experiencias, en el largo discurrir de su vida, con muchos de los hombres más relevantes del pensamiento dominicano.
En su rol político, actividad que tanta pasión y asperezas genera su práctica en nuestro medios que, por demás, comúnmente transforma a quienes lo ejercen, Ramón Alberto Font Bernard supo sustraerse a esa mutación de su personalidad y prevaleció en él, en todo momento, su condición de hombre afable, siempre accesible, con su clara vocación de servicio y la bondad de su alma a flor de piel.
Fue impermeable a las embriagantes emanaciones que genera el poder político, cuando estuvo por doce años en el círculo íntimo de un gobernante a quien le sirvió como ente de conciliación, promotor de acercamientos, en cuyo papel él mejor se sentía por su espíritu formado para la avenencia y la búsqueda de armonía y tolerancia.
Hasta los debates en que ocasionalmente intervino con su prosa siempre ágil, culta y galana se mantuvo al margen de trazos que no estuvieran marcados por la mesura y el respeto gallardo hacia sus antagonistas de ocasión porque, la decencia intrínseca suya limaba cualquier arista del tema a dilucidar; y eso también, deberá contarse entre el amplio inventario de atributos honrosos que destacaron en vida a Font Bernard, y a partir de este momento engrandecerán su memoria.
Publicado periódico HOY,
9 de noviembre 2006
sábado, 22 de noviembre de 2008
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