viernes, 16 de enero de 2009

JUAN PABLO DUARTE

Orlando Inoa, ha puesto a circular una sobria biografía de Juan Pablo Duarte, llamada a establecer una visión mas íntima del prócer que concibiera la creación de la República Dominicana “libre de toda dominación extranjera”. Ese alto ideal al cual se dedicó el patricio con devoción apostólica, tuvo su primera etapa, cuando se llevó a cabo el movimiento separatista en la noche del 27 de febrero de l844.

El exhaustivo estudio de la gran cantidad de documentos bajo su observación y su agudeza como investigador, le permitió al historiador Inoa, presentar a las nuevas generaciones un Juan Pablo Duarte de carne y hueso; en quien la confrontación ni el arrojo formaba parte de su naturaleza, por lo que fue barrido por el vendaval de pasiones que siguió al hecho separatista.

Su inexperiencia en las controversias de aquel medio político taimado, también le resultó un impedimento para liderar en aquellas luchas sordas entre hombres fogueados por la perfidia y las maquinaciones, que forcejeaban, a veces con ímpetus arrolladores, en el escenario de la vida nacional de entonces, para imponerse en aquel proyecto de emancipación del dominio haitiano y aprovecharlo para acomodarlo a sus propios intereses particulares o de grupos.

Orlando Inoa, expone con valentía un Juan Pablo Duarte, cuya principal virtud estuvo en la fuerza de su convencimiento irreducible por el ideal patrio con cuya magia contagió y supo insuflar el espíritu libertario en la juventud de su época, hasta llevarla a cumplir aquel momento estelar en el proceso de creación del Estado nacional.

Duarte, sufrió el desconocimiento y desaire de los hombres de su época. Las ambiciones de los más ladinos que, haciendo galas del oportunismo y la profunda corrupción moral que ha anidado en el alma de los dominicanos de todos los tiempos, se confabularon para hacer más patético su abandono y olvido. Y hasta el desprecio que le fue mostrado a aquel sacrificado precursor de la creación de la nacionalidad dominicana, cuando, en un postrero esfuerzo del amor inextinguible que siempre mostró por su patria, regresó al país para ofrecer sus servicios a unos titanes montaraces fogueados por la pólvora y el fuego de la guerra restauradora. Este apóstol, menguado por la enfermedad física y mas aun por la del espíritu, había sacado fuerzas para allegarse al país bajo el incendio de la lucha redentora: “venía a consagrar a la defensa de los derechos políticos del país cuanto aun me restase de fuerzas y vida”.
Y, para colmo, cuando muere en Venezuela, estragado por la tuberculosis y la miseria, “la patria estaba en una situación tan difícil y lastimosa que no pudo dedicarle una sola lágrima”, como escribiera piadosamente José Gabriel García.
Esta obra de Orlando Inoa, ofrece una versión de Juan Pablo Duarte al que no estamos acostumbrados; sin embargo, el mismo autor señala que: “Este es el Duarte al que todos los dominicanos y dominicanas debemos retribuir sus esfuerzos y fe en la Patria, con amor a nuestro pueblo, pasión por la justicia, honestidad en la política y responsabilidad en nuestra acciones ciudadanas”.

Publicado periódico HOY,
Enero 16, 2009

jueves, 8 de enero de 2009

v TRUJILLO, MONARCA SIN CORONA

Euclídes Gutierrez Félix es un comunicador nato. Los estudiantes que tuvieron la oportunidad de recibir sus enseñanzas, tanto en la escuela como en la Universidad, de seguro disfrutaron su expresividad y el manejo vigoroso y convincente de sus exposiciones. Sus escritos en la prensa también han sido otra forma de mostrar sus condiciones para hacerse entender de forma fácil y atrayente y, en esa modalidad de expresión, igualmente ha sobresalido su vocación para la didáctica y la orientación.

Este reconocido hombre público; a veces controversial y agudo polemista, por la franqueza con que expresa sus ideas, ha publicado en estos días un voluminoso libro al cual le ha puesto por título “Trujillo, monarca sin corona”, tal como llamara a nuestro dictador por antonomasia un destacado hombre de letras colombiano hace años.

La facilidad para escribir y decir las cosas que destaca al autor de este obra; la amenidad con que engalana su palabra escrita crea nuevos atractivos a hechos históricos que ya han sido profusamente divulgados sobre ese personaje fascinante que fue Trujillo y lo sigue siendo, quien, además, es una de las tantas principalías que ostentamos, porque representa con mayor dimensión que los demás caudillos latinoamericanos, ese producto propio de nuestro América que, al decir de Uslar Pietri, es el único producto “verdaderamente autóctono que creamos y surge de nuestras guerras de independencia”.

“Trujillo, monarca sin corona” es un libro atractivo porque el autor vierte en el sus claras dotes como expositor y con esa cualidad suya despierta un renovado interés por la Era de Trujillo. Este nuevo aporte de Euclídes Gutiérrez a la historiografía nacional cumple sobradamente el interés del intelectual y catedrático universitario honrosas actividades a las que ha dedicado la mayor parte de su vida; además de su quehacer político. Su libro es una exposición exhaustiva, metódica y cautivante de todo lo relevante de Trujillo y su gobierno, con el complemento de nuevos aportes que profundizan y dan carácter de novedad al tratamiento de muchos de los más importantes hechos del periodo gubernativo trujillista.

Enriquece la obra, además, detalles no publicados antes, lo mismo que minuciosidades que revelan la intrahistoria y dan un sesgo a veces curioso que permite auscultar mas los personajes y su accionar en el escenario que representaban en aquel ambiente de sumisión, grandeza y abyección.

Las reflexiones que hace Gutierrez Félix acerca de los acontecimientos que narra tienen la lucidez que le conceden sus conocimientos históricos y del estudio que ha llevado por años sobre el tema que trata, la cual consideramos una gran obra nacional. Un ensayo abarcador que debe servir de nueva y fecunda fuente para una mayor y mejor comprensión de la Era de Trujillo, por los interesados en buscar o ampliar conocimientos de la obra de Rafael Leonidas Trujillo Molina y su ejercicio de gobierno.

Quiero referirme, de soslayo, al carácter de criminalidad personal que el autor le atribuye al gran protagonista de aquel dramático lapso de nuestra historia en toda la extensión de su importante texto. Sin embargo, el propio Gutiérrez Felix señala que Trujillo llegó representando los mas influyentes sectores sociales y económicos nacionales para crear una nueva sociedad.
El representó en su momento las aspiraciones de esos grupos para un rompimiento definitivo con el pasado levantisco que impedía el ordenamiento social y castraba ele orden necesario para el progreso. Por tanto, las acciones punitivas del régimen estaban orientadas, no ha satisfacer un instinto personal suyo, sino encaminadas hacia el establecimiento de condiciones que alcanzaran la pacificación y desarrollo deseado, por medio de la aplicación del terror, como tantas lecciones similares hemos encontrado en el desarrollo de los pueblos.

Los valores morales del historiador no deben sobreponerse al punto de reflexión que debe hacerse en cuanto a la “criminalidad” de Trujillo, sino preguntarse y analizar hasta donde fue necesario el sacrificio y el sufrimiento que aplicó al pueblo en la búsqueda de los fines que persiguió.

Lo que sí es trágicamente cierto es que debemos entender que: “la historia es la mas cruel de todas las diosas y conduce su carro triunfante por sobre montones de cadáveres, no solo en tiempos de guerra sino también en tiempos de desarrollo pacífico”(…)


Publicado en le periódico HOY,
En el mes de abril del año 2008

sábado, 13 de diciembre de 2008

RECORDAR MACHU PICHU

En edificante conversatorio sostenido uno de los gratos días que disfrutamos quienes permanecimos en la ciudad durante la festividad de la Semana Santa, nos permitió recordar la visita que, para esa misma celebración, hace apenas dos años hicimos al Machu Pichu. Un exquisito amigo contertulio quiso conocer nuestra impresión de aquel lugar el cual el también había visitado. Ahora queremos ofrecer para aquellos que nos brindan la inmensa satisfacción de leer nuestros artículos, la visión de la imborrable experiencia de aquella excursión que le dimos al amigo.

Para nosotros, la ciudadela que construyó la civilización quechua antes de la llegada de los conquistadores, a pesar de su impresión ante belleza por todo el entorno en que se encuentra y por sí misma, es solamente un hito mas de una cultural y hermosa práctica que nos muestra los vestigios de un pueblo complejo y extraño que utilizaba la piedra con una destreza y técnica que todavía, al cabo del tiempo, mantiene asombro en la ingeniería y la arquitectura.

Desde la llegada al Cuzco, aquel pasado esplendoroso de los quechuas se asoma por todas partes. Cimientos de enormes piedras que no pudieron ser demolidos por la piqueta del conquistador, por lo que éste tuvo que conformarse con edificar sobre esos muros irreducibles sus iglesias y conventos.
El barrio de San Blas, fundido en el pasado, con sus callejas empedradas y paredes sin que una fisura permita introducir la punta del más fino alfiler entre aquellas piedras colocadas una junto a otra desde hace siglos.
El valle de Sascachewan y sus gigantescos monolitos de varias toneladas y altura fuera de lo corriente, desafiando cualquier especulación en cuanto a los medios utilizados para su recolección en aquel lugar es otro lugar para excitar la imaginación.

En esa antigua ciudad sagrada, capital del imperio en el Sur, tenía asiento el Inca, el soberano, por lo que de ordinario así ha sido llamado llamado el pueblo e imperio quechua, con el nombre que se le daba al gobernante. Llegar al Cuzco y contemplar aquella ciudad con sus casas techadas de tejas de color rojo opaco, vista desde un cerro cercano donde se encuentran una enorme estatua deCristo, lleva a reflexión sobre el pasado de magnificencia, poder y misticismo de esa ciudad,

Resulta inevitable pensar también en el asombro que debió ocasionar en aquellos aventureros desesperados, encontrar una urbe de sesenta mil viviendas, con tanto esplendor, perdida en aquellas alturas. Ahora, en la colina convertida en mirador turístico, unas aborígenes con sus coloridos atavíos de fiesta esperan con su paciencia milenaria y su habla dulce y susurrante, que los visitantes quieran fotografiarse por unos pocos pesos, junto a ellas y sus llamadas, ese animal que tanto identifica a su pueblo

En esta ciudad con su aire de misterio y melancolía, nos llega el soroche a los habitantes de tierras bajas, cuando subimos hasta aquel nido de águilas, esa molestia se presenta con un fuerte y agudo dolor de cabeza acompañado de mareo y a veces, para recordarnos el aire enrarecido que allí, a mas de tres mil metros de altura, se respira. Ni siquiera el té de coca que ofrecen en el hotel garantiza inmunidad ante es mal de las alturas, como es llamado.

El descenso desde el Cuzco para dirigirse hacia la ciudadela enclavada en el monte Machu Pichu, es una continuación azorada de aquella viva presencia cultural del pueblo quechua. El mercado aborigen de Pizac, lo que fue un enclave militar inca, introduce al viajante en un mundo que desapareció hace siglos y de repente regresa para mostrar de cuerpo presente aquellas gentes y sus hábitos milenarios.
Ahí se puede encontrar, en mezcla con el pasado, pintores cuzqueños que ofrecen bien logradas acuarelas, al igual que hace siglos otros artistas también ofrecían sus trazos sobre lienzos de tela hecha con lana de alpaca o de llamas.

La llegada a la estación desde donde subiremos al Machu Pichu, se hace en un quejumbroso ferrocarril que acompañado en algunos tramos del viaje por al espumoso y rugiente río Urubamba, que marcha en un recorrido desde el principio de los tiempos a encontrarse con el lejano Amazonas.
El tren cansino deja la última parada antes de seguir su descenso hacia la zona selvática. En esa estación, una flotilla incansable de modernos minibuses sube y baja a los turistas por una estrecha carretera que va rodeando el monte y mostrando impresionantes precipicios; desfiladeros profundos y verticales que electrizan al pasajero hasta llegar a la meseta donde descansa la misteriosa ciudadela entre la niebla. Allí todo es dramáticamente bello y sobrecogedor a la vez. Ahí esta ese testimonio de aquella raza de constructores admirables.
Un pétreo conjunto gris de edificios, terrazas, gradas y escaleras, escondido entre los picos Wayna Pichu y Machu Pichu, mientras abajo, a mil quinientos metros, como gigantesca serpiente, serpentea su guardián de antaño el poderoso Urubamba.

Todavía no ha sido aclarado del todo, de forma inequívoca, la utilidad que le dio el Inca a esa ciudadela cargada de misterios como aquella civilización toda. Al igual que los cortes y desplazamientos de sus enormes piedras, sin conocer la rueda ni la polea, es posible que se mantengan por siempre en el misterio como otras tantas obras de la civilización quechua sobre los que permanece la incógnita como un desafío en el tiempo.


Publicado PERIÓDICO hoy, 03-08-98